(Foto de Archivo. Asta de la bandera del Zócalo de la Ciudad de México) |
¡Muy bien, amigo! Me he tomado el
tiempo y atención para leer este documento que me ha dirigido. En primero lugar
quiero agradecerle que me haya tomado en cuenta para compartirlo y me haya, con
ello, invitado a la discusión. Quiero suponer que no pretende solamente
convencerme, sino debatir, lo cual es magnífico. Continuaré comentando que me
parece muy loable que se haya dedicado a escribir este texto para transmitir sus
ideas a todos los que, por lo que se ve, no pensamos como usted. Eso es
extraordinario, porque es el fundamento de la democracia, esto es hacer
política ciudadana. Discutir nuestras ideas. Y con ello me quedo convencido
porque quiere decir que se da perfecta cuenta que no basta con dedicarnos a
trabajar, tener buenos modales, llevar a nuestros hijos a la escuela y a la
iglesia (los que son creyentes), pagar las cuentas y los impuestos (sean los
que sean que nos endilguen), respetar los semáforos y ayudar a las viejitas a
cruzar la calle, entre otros importantes valores ciudadanos. Efectivamente,
parece que no basta ser buenos hijos y buenos padres para vivir en un país
digno, del que podamos sentirnos orgullosos, pero sobre todo, un país justo. No
parece suficiente dedicarnos a nuestras vidas privadas y a llevarlas lo más
decorosas posible, ni tener empresas que generen empleos, o respetar a las que
nos los dan. Tan no es suficiente que usted, amigo mío, ha comprendido que
necesita intervenir y tratar de convencer a los que se interponen en su visión
de vida y en la visión que tiene de lo que debería ser la sociedad y el país.
Pero se da perfecta cuenta que la manera de intervenir es rompiendo la burbuja
de la vida privada para ejercer presión sobre los demás, es decir, ejercer
poder. Y digo que ejerce presión, porque de lo contrario no sería necesario el
uso del sarcasmo tan fino que ha desarrollado en su texto.