Después de un rato de mascullar y rumiar con molestia la postura de López Obrador y el nuevo gobierno de no perseguir a los grandes criminales de la política del pasado, llego a la conclusión de que en definitiva es una decisión frustrante, indignante, pero quizá no carente de sentido.
Estoy convencido categóricamente de que quienes han padecido en carne viva la muerte y el sufrimiento propios o de un ser amado a manos del Estado o del crimen organizado deben recibir justicia y reparación del daño. Es una ofensa pedirles a ellos que perdonen. Pero los crímenes de corrupción, robo de combustible, lavado de dinero, tráfico de drogas, y otro tipo de nefastos delitos son cosa distinta. Quisiéramos que se castigara a todos con todo el peso de la Ley, así debería ser, pero los recursos del Estado y de los gobernantes se perderían en el pasado si se pretendiera castigar a todos en batallas interminables, y no siempre seguros de poder ganarlas, los enemigos son poderosos. En algún punto hay que romper con el pasado para poder transformar el presente y crear un futuro distinto. La perfección no existe.