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martes, 6 de diciembre de 2016

De la cosificación de la mujer


Anna Nystrom. Imagen tomada de internet
La cosificación de la mujer (y del hombre) no está tanto en mirarlas con deseo sexual ni en la creación de estereotipos artísticos y comerciales de la belleza física que ignoran o soslayan los aspectos y virtudes del carácter y del espíritu que las convierten en seres autónomos y valiosos desde cualquier otro aspecto, dotados de dignidad, sino en la incapacidad de aproximarnos y relacionarnos con cada una de ellas anteponiendo lo humano a lo corpóreo.

Un hombre no cosifica a una mujer por desear fervientemente su cuerpo o por fantasear con imágenes de revista, ni siquiera por emprender la lucha de la conquista sin planes de establecer una relación formal, sino por no anteponer el respeto de su humanidad a su deseo sexual al relacionarse con ella.

Ningún hombre, por bruto que sea, es capaz de ignorar la humanidad de una mujer que se muestra como tal, humana, inteligente, digna, sensible, consciente de sí, autónoma, capaz de expresar su humanidad, por encima de su arquetípica sensualidad. La humanidad del otro nos salta a la vista en su mirada, en sus palabras, hasta en sus reacciones. Cuando un hombre cosifica a una mujer es más porque no le importa, que porque no sepa que es un ser humano. No es solo enseñar a los hombres que las mujeres son humanos y no animales o cosas, es buscar cómo hacer para que les importe, de modo que tengan un motivo para refrenar sus ímpetus sexuales y egoístas y subirse al estrado del respeto mutuo antes de pretender conquistar el cuerpo. Ascender a la dimensión Ética del desarrollo humano. Nótese que todo lo anterior aplica también para las mujeres que cosifican hombres, ya sea como objetos sexuales, como sementales procreadores y/o como herramientas de protección y manutención, o cualquiera otra intención distinta de lo propiamente humano.

El hombre y la mujer deben comprender, pero también interesarse en mirarse a los ojos, dialogar, conocerse, negociar, convencer, seducir, antes que tomar, manipular o engañar para poseer.

Aunque en el acto de la seducción quizá siempre hay algo de cosificación.

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