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Apenas los filósofos más destacados pueden elaborar un sistema de pensamiento en donde exista una coherencia destacable entre unas ideas y otras que se pueda llamar sistema, y tienen que apoyarse mucho en la ciencia para no terminar afirmando puras cosas improbables. Un sistema está “engranado”, se encuentran relacionadas unas creencias con otras y funcionan “armónicamente”, con coherencia lógica, sobre bases verificables y confiables.
Ahora bien, las creencias tampoco necesariamente son juicios, de modo que uno por ejemplo puede decir que “cree” en Dios, pero que acepta que no puede afirmar su existencia, es decir, que no puede hacer un juicio sobre ello. Un juicio sería afirmar que Dios existe; pero sin tener suficientes elementos ni razones para sostener dicha afirmación es un pre-juicio. Afirmar solo que crees en Dios a pesar de que no lo puedes probar es una creencia. Dicha persona podrá apelar a la experiencia vivencial como fuente de su creencia (que quizá se atreva a llamar “conocimiento”), pero como experiencia vivencial es subjetiva e intransmisible. Hará falta creerle, porque ese es terreno propicio para los charlatanes, pero aún dándole crédito a su palabra, el juicio que articula es inverificable, de modo que no podemos aducir si tiene suficientes razones para afirmar lo que afirma.
Un prejuicio, es un “juicio” infundado o mal fundado, es decir, una idea sin premisas o razones claras y suficientes que justifiquen objetivamente ese juicio, esa conclusión. Por ejemplo en el campo de la moral, afirmar que las mujeres que han dejado de ser vírgenes son malas sería un prejuicio, porque no parece haber razones que avalen esa conclusión. Pero si alguien puede esgrimir razones poderosas argumentativamente, esa misma idea dejaría de ser prejuicio, aunque aún estaría por verificarse si es un juicio correcto.
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