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sábado, 4 de febrero de 2017

Los hombres solo quieren sexo



Imagen tomada de internet

La mayoría de los hombres la mayoría de las veces con la mayoría de las mujeres que nos atraen queremos sexo y solo sexo. En eso pensamos y eso deseamos, es todo. 



Pero alguien algún día puso un requisito adicional para tener sexo. Dejó de ser suficiente convencer o seducir o dejarse atraer por la "víctima", conseguir la excitación, y se volvió necesario el matrimonio, y con ello ser un buen partido, y se puso un velo de sacralidad en la vagina de la mujer que esta debía defender con su honor, su pudor, su inocencia, su prestigio, su sangre. Después se agregó el amor como requisito y la gran depositaria y custodia de esos valores y ese amor sería la mujer, quizá por su elevado nivel de emocionalidad e intuición que la hacen más propicia que el hombre, bruto e impulsivo, pero también porque el hombre debía conservar su fortaleza, razón fría y dureza para la vida pública, y quizá porque en la división del trabajo doméstico aquellas virtudes se siembran en el hogar, al que estaba asignada la mujer. 

El costo de transgredir todo eso con los impulsos brutos y mundanos del varón se volvió grande. Se convirtió en un acto criminal, se volvió sinónimo de lastimar a la mujer, a su familia, a la sociedad, dejarla herida para siempre, porque además ella que había caído en la tentación podía ser humillada, expulsada de la comunidad, de la familia, o hasta lapidada (aún hoy en algunos lugares) Así se sembró la culpa en el varón para regular su conducta sexual, pero también la vergüenza de ser lascivo, ingobernado, vulgar y primitivo, despreciable. Él era exculpado en lo público en muchos casos, pero moralmente seguiría cargando la culpa y la vergüenza de haber mancillado y lastimado a la mujer, a su familia, a la sociedad, huyendo a desahogar sus impulsos con las mujeres públicas (quienes ya fuera de la norma ejercían un papel para la norma) y el alcohol, y reivindicándose entre hombres, en el combate y el trabajo, y formando una familia. Había que padecer el llanto y la culpa de lastimar a la mujer, a la que quizá no amaba, pero tampoco odiaba y no le deseaba mal, a la que quizá quería, quizá consideraba amiga, quizá apreciaba, quizá por lo menos respetaba, pero quería sexo con ella, solo eso, y no todos esos requisitos que se le pusieron, compromisos, matrimonios, amor, cumplir el estereotipo del buen varón, etc. 

Luego se relajaron esos requisitos legal, social y familiarmente, y se volvió tolerable que para tener sexo al menos hubiera una relación de pareja, de noviazgo, pero se mantuvieron las condiciones morales, ideológicas, religiosas, sentimentales, intelectuales (o intelectualizadas), etc., de modo que el costo siguiera siendo alto para el varón impulsivo y natural (que sería llamado sucio, cochino, embustero, pervertido, caliente, animal, etc., sintiéndose necesitado de ocultar sus intenciones para pasar el filtro social, familiar, y de la propia mujer, para poder obtener lo que desea, aunque después se reivindicara con los amigos, con otros hombres; ufanarse de transgredir las reglas siempre ha sido una buena forma de reivindicarse, llevando los dolores por dentro) que lastimara la sacralidad producida en el cuerpo y el espíritu femenino, cristalizada en su "corazón", manifestándose tal crimen como "jugar con ellas", "romperles el corazón", "dañar su honra". 

Hasta que algunas mujeres comenzaron a desechar ese hálito de sacralidad de su vagina y algunas otras comenzaron a seguirlas públicamente bajo una bandera de igualdad, ineludible ya para los derechos humanos que establecía los mismos derechos para hombres y mujeres de decidir sobre su vida, incluido lo sexual a partir de la comercialización de la píldora anticonceptiva. Aunque a la fecha parece operando, aún en muchas mujeres liberadas, una vinculación de la sexualidad a la emocionalidad y sentimentalidad, que suelen hacerle a la mujer generar más expectativas sobre el acto sexual en comparación con el varón; pero quizá también por su vulnerabilidad reproductiva que la hace más aprensiva y precavida, aún a pesar de la píldora y demás métodos anticonceptivos. 

De ahí que las mujeres para tener sexo bruto, al parecer, requieren aprender a separar lo que para el hombre nunca estuvo unido, el sexo de la emocionalidad, la sentimentalidad, las expectativas y los valores, aunque en muchos casos él sigue cargando con el temor de lastimar, con la culpabilidad y hasta la vergüenza como mecanismos culturales de control, ya que la educación en la sacralidad de la vagina femenina y de su "corazón" como depositarios del amor y los valores sigue siendo fuerte en la sociedad. Para que el hombre realice su deseo tiene que lidiar con muchas mujeres formadas bajo esas premisas, cometer el crimen y pagar el costo, un costo quizá aún no suficientemente ponderado. 

Ahora bien, la culpabilidad suele venir a posteriori, igual que la vergüenza, cuando ya el hombre ha cometido los crímenes. A priori a ello solo está el temor que le han inculcado de no cometer tales fechorías de tomar "niñas bien"; "es mejor" buscar mujeres públicas. Pero nada de eso suele ser suficiente para refrenar el ímpetu varonil, ellos quieren carne fresca, espontánea, natural, sexo auténtico, además que siendo jóvenes no tienen dinero para pagar prostitutas. El temor a priori que se incrementa y se vuelve a posteriori al ver los daños causados, y la culpa y la vergüenza naturalmente a posteriori, regulan la espontaneidad sexual del varón que la mayoría de las veces con la mayoría de las mujeres que le atraen solo quiere sexo. 

Es claro que hombres hay muchos, todos diferentes, y que hay distintos tipos de temperamentos, caracteres, emotividades, necesidades, valores e ideales, de modo que en la complejidad de una personalidad ya formada los varones en edad sexual suelen tener distintos propósitos al buscar a las mujeres, según su propio estado espiritual, necesidades y proyectos de vida. La perspectiva que planteo solo corresponde a un estado hipotético de espontaneidad del varón, libre de condicionantes culturales como la culpa, la vergüenza y el temor, y extraído de su temporalidad y de sus proyectos a futuro. Sin embargo, sostengo que sea cual sea, en la realidad, la personalidad formada del varón y los planes de vida que tenga, esa espontaneidad sigue latiendo en su interior, aún cuando logre sofocarla y domesticarla por amor a una mujer particular, a un plan de vida o por ciertos valores y creencias. 

A pesar de todo ello, me parece que también es cierto que algunas veces con algunas mujeres todos los hombres en algún momento queremos algo más que sexo, por ejemplo pasar la vida juntos; lo cual sin embargo, quizá, en algunas ocasiones, pero no siempre, logra sofocar o concentrar el ímpetu sexual del hombre para siempre en una sola mujer.

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