(Publicado originalmente en Cantera Noticias)
Por Erik Quintanar / @ErikQuintanar
Dicta la receta: “Para poder amar a alguien, primero ámate a
ti mismo. No puedes amar a nadie si primero no te amas a ti mismo”. Otros dicen
como equivalente: “no puedes querer a nadie si no te quieres primero tú”. Es
una ideología muy de moda, y muy “obvia”, quizá, pero siempre me ha causado
algún ruido. Para empezar distingamos con José José, que amar y querer no es
igual, y a partir de ello consideraré que quien equipara amar y querer necesita
una reflexión a parte. Hablaré pues del amarse a sí mismo, en esos términos, y
no del quererse a sí mismo.
Reconstrucción breve del mito de
Narciso
Y el hermoso joven Narciso, que era incapaz de amar y reconocer al
otro, despreció vanidosamente a la bella
ninfa Eco, cómo había hecho con tantos hombres y mujeres más. Entonces fue
castigado por la diosa Némesis para que sufriera el dolor del amor no
correspondido. Y así, un día se encontró con su propio reflejo en el agua del
cual se enamoró perdidamente. Y absorto en ese lugar, atrapado por su propia
imagen, a la que no podía ni se atrevía a tocar para no desdibujarla, se
consumió hasta convertirse en la flor llamada narciso, tan hermosa como
maloliente.
Y Eco, consumida de melancolía, se
retiró a una cueva donde su cuerpo también se consumió, quedando de ella solo una
voz sin forma que repite en la lejanía la última frase o sílaba que se
pronuncie.
¿Qué cosa puede significar eso de ‘amarse a uno mismo’, y
además ponerlo como condición de posibilidad del ‘amor a los otros’, de modo
que solo puedas amar a otros si te amas a ti mismo? ¿Es, incluso, bueno, malo o
indiferente moralmente? ¿Es posible ese amarse a sí mismo? Aunque esta
recomendación casi siempre refiere al ‘amor de pareja’, o triada, cuadra, etc.,
vaya, el ‘amor sexuado’ -que no es del todo lo mismo que ‘amor sexual’-,
trataré de pensarlo en términos más generales como ‘amor a otros’.
Poniéndome sexista, diría que parece más una ideología de
mujeres, o una receta para mujeres, que para hombres. No porque no vaya
dirigida a ambos géneros, sino porque parece tener más acogida entre las
mujeres que entre los hombres, y más promotores entre las mujeres, o entre
hombres que se dirigen a mujeres. Quizá porque las mujeres sufren más el
menosprecio de su valía, por parte de la sociedad, de los hombres, y, quizá
también, por sí mismas. Quizá las mujeres suelen olvidar con más frecuencia
ocuparse de su propia salud, sus necesidades, gustos, deseos, su propia
felicidad, por ocuparse de las de otros. Quizá la mujer es más entregada –por una
presunta naturaleza o por educación- y
en el camino de la entrega se olvida de sí misma. También hay quienes
afirmarían que la mujer lleva en su naturaleza la fragilidad de su
auto-percepción, y necesita que le estén recordando lo mucho que vale y lo
bella que es. Quizá también porque en la mujer es mejor vista la “vanidad” y el
cuidado de sí misma para conservarse bella. Hay incluso una marea de e-mails
masivos, poemas anónimos y hasta poemas de autor, canciones y escritos, dedicadas
a difundir la necesidad de recordarle a la mujer cuánto vale. Pero no
descartaremos tampoco que existe un buen número de cultores masculinos del amor
a sí mismo. Incluso buena parte de los maestros del amor a sí mismo son hombres
–esperemos no charlatanes-.
Históricamente, desde la antigua Grecia ya podemos rastrear
la presencia y análisis de este tema del ‘amor a sí mismo’, por ejemplo en la
Filosofía con Aristóteles, en su Ética a Nicómaco, pasando luego por los
escolásticos, la modernidad, y en el siglo XX a partir de la psicología como en
Erick Fromm, y en la actualidad con algunos autores o terapeutas influenciados
o formados, por ejemplo, en la Terapia Gestalt, y toda la ola de corrientes
alternativas de crecimiento personal y sanación, corrientes orientalistas
diversas y la New Age. Teniendo como antecedente inmediato del siglo pasado en
occidente el psicoanálisis en la psicología y el surrealismo en el arte, que
han permitido una revalorización de esa parte oculta del ser humano, de uno
mismo, que antes se censuraba: el inconsciente descubierto por Freud, se ha
hecho posible que el ser humano se acepte a sí mismo en su integridad,
superando la culpa y la vergüenza sembrada por siglos por la vieja religión
católica, y se ha abierto “posiblemente” la puerta a un ‘amor a sí mismo’, que
algunos han cultivado con insistencia, y
que hoy se ofrece por todos lados como cura contra la infelicidad.
El análisis, por lo menos desde la antigua Grecia, ha girado
en torno a si el ‘amor a sí mismo’ es bueno o malo, positivo o negativo, siendo
analizado quizá, a partir de observar a aquellos que parecen tener un excesivo
amor a sí mismos -por ejemplo el bello mito de Narciso surge en la antigüedad
para moralizar a los jóvenes griegos-, en donde los pensadores han tratado de
establecer si eso es bueno, virtuoso o correcto. En la mayoría de los casos han
encontrado que puede ser algo bueno o malo según el enfoque, entendiendo el enfoque
negativo como egoísmo o ideas afines. Incluso para establecer esta distinción
entre el enfoque positivo y el negativo, se suelen usar términos distintos: por
ejemplo, los escolásticos lo llamaban amor
sui en su enfoque positivo, y amor
privatus en su enfoque negativo. Aunque
en Grecia había un solo término para ello –φιλαυτία- y la distinción se hacía ex professo para la explicación. Pero en
la medida que ese ‘amarse a sí mismo’ signifique procurarse todo lo bueno y
bello, como en Aristóteles, y ser benevolente hacia los demás, tenerse respeto
a sí mismo, o tener buena estima de sí mismo como requisito para tener fuerza
moral suficiente para ser moral, entonces podría ser algo bueno.
Mención aparte merecen quienes de tendencia ascética o quietista,
como el francés François Fénelon, fuertemente influido por Madame Guyon, una
mística católica que fue considerada hereje por la iglesia y encarcelada,
consideran que ni siquiera en su enfoque positivo el ‘amor a sí mismo’ es
bueno, que de hecho el ‘amor a sí mismo’ es el enemigo del amor verdadero, que
es el ‘amor puro’. Este ‘amor puro’ precisa de la renuncia a todo interés ajeno
al amor mismo. Nuestras acciones han de ser guiadas por inspiración de Dios.
Sin embargo, el fenómeno hoy en día parece tener un cariz peculiar,
en dónde el ‘amor a sí mismo’ más bien se receta a los infelices y a los que
“aman” en demasía a otros olvidándose de sí mismos. Es un enfoque distinto el
que predomina hoy día, desde la perspectiva de la sanación y el crecimiento personal
de los Best Sellers (¡los mejor vendidos, vaya!) Parece una receta más hecha
para vender que para alcanzar un conocimiento y amor auténticos, o un enfoque cientificista,
en el mejor de los casos, que hay que esclarecer.
Por cuestión de espacio y tiempo, no puedo hacer una
exposición detallada aquí, y este escrito será entonces, el anticipo de una
investigación y análisis más profundo para el futuro inmediato. Por lo pronto, baste
notar que no necesariamente el ‘amor a sí mismo’ parece algo bueno o digno de procurarse.
Al menos no a segunda vista. Los cultores del ‘amor a sí mismo’ podrían decir,
para matizar la posible connotación negativa del ‘amor a sí mismo’: -bueno, hay
que amarnos a nosotros mismos de forma moderada o equilibrada, o de forma
generosa, o insistir en que amarse a sí mismo es necesario para poder amar a
otros, ya sea poniendo el énfasis “aparente” en el bien de los otros, pero
enfocándonos al final en “nuestro propio bien”, o bien, declarando airadamente que
“primero yo y, si me alcanza, luego tú” (Jorge Bucay)
Antes de entrar en controversia con quienes consideran que
amarse a sí mismo no solo no es malo, sino que es necesario, como Erich Fromm o
actuales cultores del ‘amor a sí mismo’ como la argentina Enriqueta Olivari o
el también argentino Jorge Bucay (quizá no es casual que ambos cultores del
‘amor a sí mismo’ sean argentinos), formados en o influenciados por la Terapia
Gestalt, o por las doctrinas de personajes como el hindú Osho, y otros
tendientes al orientalismo y prácticas como el Reiki y demás corrientes
alternativas de sanación y crecimiento personal, me gustaría más bien poner
énfasis en un instante previo y preguntar ¿qué se puede entender por tal ‘amor
a sí mismo’ y si acaso es realmente posible, o en qué puede consistir?, para
saber si puede ser una condición necesaria previa a poder amar a otros y algo
digno de cultivarse.
Para esclarecer un poco el tema de este análisis, en este
momento quizá sea recomendable distinguir varios términos actuales relacionados
con el ‘amor a sí mismo’, que no podemos detenernos a explicar, pero que
conviene notarlos. Tenemos así, por ejemplo, los siguientes términos que no son
en todo lo mismo: ‘amor a sí mismo’, ‘amor propio’, ‘autoestima’, ‘narcicismo’,
‘egoísmo’, ‘egolatría’, ‘egocentrismo’, ‘orgullo de sí mismo’, ‘engreimiento’,
‘soberbia’, ‘conocimiento de sí mismo’, ‘respeto a sí mismo’, ‘dignidad’,
‘ocuparse de sus necesidades e intereses’, ‘cuidado de sí mismo’, ‘sanación’,
etc.
Nociones como ‘conocimiento de sí mismo’, ‘respeto de sí
mismo’ y ‘dignidad’, en donde la ‘dignidad’ es la “calidad de digno”, es decir,
“que tiene valor”, “el reconocimiento de su valor”, pudieran representar
palabras moderadas y sensatas de esa motivación para el necesario cuidado de sí
que uno debe tener, si bien, no sean necesariamente lo mismo que ‘amarse a sí
mismo’. En el mismo orden de ideas
razonables podemos entender el ‘ocuparse de sus necesidades e intereses’, y,
por último, ‘el cuidado de sí mismo’ y ‘sanación’.
Habiendo notando esas a veces sutiles diferencias, que en
gran medida refieren a los excesos y desviaciones que puede haber en el aprecio
y percepción de sí mismo, para entender qué puede significar eso de ‘amarse a
sí mismo’, una vez consintiendo que haya algo que revisar y que no es del todo
intuitivo ese concepto, es necesario revisar qué cosa se puede entender por
‘amor’ a secas, y por ‘si mismo’ o ‘el yo’, para visualizar cómo se podrían
conjugar juntos.
¿Pero porqué cuestiono la validez de la idea (y las recetas)
del ‘amor a sí mismo’, si cada una de esas ideas mencionadas como razonables se
podría considerar como parte del ‘amor a sí mismo’?
Quizá ayude proponer una idea tentativa del significado de la
palabra ‘amor’, que puede resultar bastante coincidente con lo que la mayoría
de las personas entiende hoy en día por dicho vocablo y que, por lo demás,
tampoco sea bastante divergente de lo que históricamente se ha entendido por
ello, ya sea desde una orientación platónica en donde uno va hacia la
perfección, o una cristiana, en donde el amor proviene de Dios. Según esta idea
tentativa que propongo, el amor es un sentimiento inflamado hacia alguien o
algo, pero para ser auténtico va acompañado de acciones motivadas por ello, sin
embargo se constituye de tres componentes fundamentales, a saber: el
encantamiento contemplativo hacia lo que se percibe como bello y bueno en
alguien o algo, además de apropiado para una necesidad personal, ya sea física,
mental o espiritual, o todo a la vez (también puede tratarse del goce
intrínseco en la realización de alguna actividad, como amor a dicha actividad);
el sentimiento de atracción hacia ello para la convivencia, el goce o la
cercanía contemplativa, de modo que, suele resultar difícil mantenerse alejado
de ello, pues lo amado se instala en el pensamiento como una necesidad de
recurrencia; y el cuidado y dedicación voluntaria y libre para con ese alguien
o algo, según lo requiera para seguir siendo lo que es, bello y bueno, y seguir
gozando de ello. Para todo esto, habría que tener como condición previa el
conocimiento de lo amado. Preliminarmente considero que no se puede hablar de
‘amor’ si falta alguno de estos componentes.
Visto el amor desde la perspectiva de esos tres componentes
fundamentales, ¿no resulta inquietante la idea de encantarse contemplativamente
con uno mismo, o incluso la de sentir atracción hacia uno mismo? Algo parece no
cuadrar. So pena de caer atrapados por nuestro propio reflejo al fondo del agua
como el bello Narciso, en algo que, por lo demás, era una ilusión, pues su
reflejo no era ‘él mismo’ ni ‘alguien otro real’, quizá sea recomendable seguir
revisando las implicaciones y connotaciones de estas ideas modernas que se
venden como cura para la infelicidad.
Visto pues, desde esta perspectiva, parece que la única
manera en que se podría entender con algún sentido el ‘amor a sí mismo’ es en
el sentido de ‘cuidado y dedicación hacia uno mismo’, con la condición previa
del auto-conocimiento, aunque bien, quizá valgan también aquellas ideas afines
como ‘respeto a sí mismo’, ‘dignidad’, ‘ocuparse de sus necesidades e
intereses’, y, por último, ‘el cuidado de sí mismo’ y ‘sanación’ necesarios para
seguir adelante con bien hasta el fin.
Sin embargo, en tanto tal, según lo que he propuesto, no
sería lícito llamar a esto ‘amor’. No parecería sensato hablar de ‘amarse a sí
mismo’. Ni semánticamente ni sicológicamente, ni existencialmente. Quizá.
Ahora bien, considero que no solo no se puede amar a uno
mismo, porque el amor sea algo más de lo que se debería practicar sobre uno
mismo -y más bien hacia otros o hacia ‘lo otro’-, es decir, en el sentido de
‘deber’; sino que, además, no se puede amar al ‘sí mismo’, en tanto que el ‘sí
mismo’ no es susceptible de ser amado, en el sentido de ‘poder’. El ‘yo’ no
puede ser amado, más que como un acto ilusorio poniendo un espejo ficticio
delante de él. Porque el ‘yo’ no es, además, el cuerpo que se ve en el espejo
físico.
¿Qué es el yo?, o mejor dicho, ¿qué soy yo? Yo no soy mis
partes, ni la suma de mis partes, de las cuales puedo prescindir sin dejar de
ser yo. Incluso los órganos vitales, como el corazón, hígado, riñones,
pulmones, pueden llegar a ser sustituidos. No así el cerebro, parece, pero ¿yo
soy mi cerebro?, en dicho caso, ¿qué parte de él, porque hay partes que pueden
dañarse y sin embargo seguir siendo yo? En el budismo se piensa que el yo es
una ficción. No existe el yo. Buena parte de las terapias de sanación o
crecimiento espiritual de inspiración oriental consisten en la destrucción del
ego. En su versión extrema, la destrucción de la creencia en el yo.
Uno puede amar sus piernas, sus brazos, su rostro, su miembro
viril, o sus caderas y sus tetas la mujer, o bien sus facultades, su
inteligencia, su sensibilidad, sus conocimientos, su creatividad, su fortaleza,
su habilidad, sus talentos, su nobleza, su espíritu de aventura y su arrojo y
valentía, o bien, su experiencia y sus recuerdos, su suerte, la comodidad y
solvencia con la que vive, la calidez o diversión de su familia, o sus
pertenencias, su dinero, sus propiedades, su auto, su guardarropa, su cuenta
bancaria. Pero amar esas cosas no es propiamente amarse a sí mismo, sino amar
las herramientas con las que conseguimos otras cosas, como el respeto, la
aceptación, el amor, el sexo con otras personas, o amar las cosas mismas.
Entonces estamos amando las cosas y herramientas con que contamos, no a
nosotros mismos. Así parece, como tampoco es amar a una mujer el amar su
cuerpo. Ni siquiera el amar la mente, la inteligencia o la personalidad de
alguien es amarle. Se ama a alguien, al conocerle, por lo que es, en lo que
tiene de insustituible, en su esencia más pura y elevada, y en donde se
comprende lo que es: un ser humano, una criatura única, dotada de existencia,
vida, sensibilidad, y de facultades superiores como el entendimiento, la
inteligencia, pero también de belleza, una belleza libre de los estereotipos
que impone la sociedad. Pero sobre todo se le ama al conocerle, al llevarla en
nuestros recuerdos y en nuestras expectativas.
Pues bien, este tipo de amor no se puede realizar ni
practicar sobre el ‘yo’, sobre el ‘sí mismo’, y en todo caso es ocioso y
carente de sentido. El amor se realiza en ‘los otros’, en el ‘allá afuera’, en
‘lo otro’.
Sin embargo, alguien podría replicar: ¿y qué pasa con el
mandamiento judeocristiano de “Amarás a tu prójimo como a ti mismo”?, ¿si no es
posible amarse a uno mismo, entonces, tampoco es posible amar al prójimo,
apegándose a la lógica de este mandamiento? Mandamiento que es además utilizado
por los cultores del ‘amor a sí mismo’ para justificar su pretensión, aunque
usándolo en sentidos un tanto heterodoxos y extravagantes.
Ante esto, primero habría que admitir como auténticos los
mandamientos de la tradición judeocristiana, habría que admitirlos como
verdaderos, o como verdadero el origen de éstos; es decir, declararse en la Fe
judeocristiana para poder usarlo como base, justificación o apoyo de ese ‘culto
al sí mismo’. En caso de ser verdadero el origen de estos mandamientos, mi
argumento puede quedar muy debilitado. Aceptemos esto. Pero, en todo caso, aún
admitiéndolos y declarándonos en esta Fe, no me parece que Dios nos esté
mandando a amarnos a nosotros mismos, a mimarnos frente al espejo, a
acariciarnos y adorarnos, y decirnos palabras amorosas y de motivación, y
complacer nuestros deseos, nuestros antojos y caprichos, a establecer el
romance con uno mismo, ni tan si quiera me parece que con dicho mandamiento se
nos esté ordenando cuidarnos y procurarnos el bien, alimentarnos sanamente,
tomar terapias florales o hacer yoga –todo lo cual está muy bien, pero no creo
que trate de eso ese mandamiento-; sino a amar al prójimo, que es donde el amor
puede existir y trascender, a ser con el prójimo como esperamos que sean con
nosotros, a procurar su bien como procuramos el nuestro -porque el nuestro por
naturaleza lo procuramos-, a no hacer con él lo que no deseamos que se haga con
nosotros. Y, en suma, amar. Que, desde mis perspectiva, es necesariamente ‘amar
lo otro’, ‘lo que no se tiene’, ‘lo que no se es’, ‘lo que no es uno’.
El amor en sentido cristiano no se entiende tanto en el
sentido de encantamiento, sentimiento o atracción, sino es quizá, más bien,
bondad. Se nos manda a no cuidar solo de nosotros mismos, sino a ser bueno con
el otro también. Ambos por igual. Es un decreto de igualdad. No hay ahí una
incitación a amarse a sí mismos, como lo predican los cultores del amor a sí
mismo, sino únicamente un mandato de bondad y misericordia igualitaria.
Por lo demás, para los que afirman que ese mandamiento
justifica el cultivo del ‘amor a sí mismo’ no sobraría recordar Mateo 10, 39:
“El que quiera conservar la vida, la perderá, y el que la pierda por mí, la
conservará”, en donde parecería indicarse que no debemos amar demasiado esta
vida y este cuerpo que “somos”.
Para concluir mi disertación consideraré que, si bien es una
ficción viciosa amarse a uno mismo, también es una ficción, un error del
entendimiento, odiarse a sí mismo.
Amar es encontrarle sentido a la vida en lo amado. He así como el filósofo ama la sabiduría, y ésta, como todo lo amado, es escurridiza.
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